El Colegio KW ha vivido una jornada inolvidable junto con el sacerdote francés Jacques Philippe. Doscientas personas han participado, en palabras de nuestro Director Titular, Don Francisco Peña, «de un profundo y religioso encuentro con el Señor».
El retiro se ha estructurado en tres conferencias (acerca de la Paternidad Divina, de la Misericordia y de la Santísima Virgen María), la celebración de la Santa Misa, un precioso momento de Exposición del Santísimo y una emocionante oración solicitando la intercesión de Santa Teresa de Lisieux. «Santa Teresita tuvo la certeza de que su misión más importante comenzaría después de su muerte. Dijo que pasaría su Cielo haciendo el bien en la Tierra», ha explicado el padre Jacques Philippe. De esta manera, todos los asistentes han solicitado la intercesión de la santa, cuyo retrato presidía el altar de nuestra capilla.
Tampoco han faltado momentos de convivencia en el comedor, en la cafetería, así como firma y venta de libros.
Les dejamos aquí transcrita la homilía íntegra del padre Philippe, acerca de la perseverancia en la oración:
Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, nos anima a creer en el poder de la oración. Él no siempre da explicación para sus parábolas. Pero aquí, desde la misma introducción de la parábola, el sentido queda claro.
Esta parábola trata sobre la necesidad de rezar incesantemente. Sin desanimarse jamás. Habla sobre la importancia de la fidelidad a la oración, que nos permite tener de Dios todo lo necesario. Es algo misterioso, porque Dios no nos da exactamente lo que le pedimos. Pero nunca nos niega lo que es necesario para que seamos adultos en la fe.
En el Evangelio, aparece un juez que se ríe de los hombres, pero que al final no puede negarle algo a una mujer por la gran insistencia con que se lo pide. Es eso lo que se nos pide en esta parábola: que pidamos cosas buenas al Señor para nuestra santificación a través de la oración. Eso Dios no nos lo puede negar. ¿No hará justicia Dios con el que reza día y noche?
Pero…, ¿cómo podemos rezar día y noche? Quizá hasta cuando se tiene insomnio Dios nos está llamando a la oración. Pero la oración permanente es el deseo del corazón. ¡Claro que son necesarios momentos de oración! Pero en nuestro corazón hay una oración continua: nuestra búsqueda de Dios y nuestro deseo de abrirnos cada vez más al amor y a la presencia del Padre. Deseo que se ahonda en los momentos de oración pero que habita siempre en nuestro corazón.
Una de las bienaventuranzas nos dice eso: “Bienaventurados los que tengan hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Tengo que tener deseo de que todos los hombres se salven. Ese es el verdadero sentido de la palabra justicia. Cuando la mujer le pide a Dios justicia no pide que se castigue a esos hombres. Eso no es justicia. Justicia es transformar al pecador en santo.
Dios puede transformar el corazón del hombre si lo deseamos de verdad. Cuando le pedimos a Dios que haga justicia no pedimos castigo. Le decimos: “¡Señor, mereces tanto ser amado! ¡Y yo no te amo lo suficiente! ¡Mis hermanos y hermanas necesitan el amor y yo no doy todo lo que necesitan! ¡Ven a cambiarme, hazme justicia! Y desde luego, nos podemos apoyar en las promesas del Señor. En el salmo de Ezequiel escuchamos: “Derramaré sobre vosotros mi Espíritu. Tomaré vuestro corazón de piedra y os daré uno nuevo”.
Ese es el deseo de Dios. Hay otro texto muy hermoso del profeta Isaías: “En tus muros, Jerusalén, he puesto vigías. Suplicarán a Dios para que Dios haga misericordia con Jerusalén. Y no dejarán descansar a Dios mientras no cumpla sus promesas”.
Dios quiere que seamos como esos vigías. Quiere que le supliquemos que haga justicia, es decir, que realice su obra de misericordia. “Señor, haz de mi un santo. Sé que soy pobre. Estoy herido. Soy pecador. Pero creo en el poder de tu gracia. Me puedes transformar. Porque me lo has prometido”.
¿Cuál es tu deseo más profundo? Dichoso aquel que puede responder: “Mi deseo más profundo es que Dios me transforme. Y que Dios haga de mí un santo. Y que Dios salve a todos los hombres”.
Es a través del nuevo Pentecostés, el Pentecostés de Misericordia, como Dios salvará a todos los hombres. Para que no se pierda nadie. Para que todos los hombres puedan entrar en la Casa de Dios.
Pidamos, pues, esa gracia. La gracia del deseo más profundo de una mayor fidelidad a la oración. A través de ella todos estamos llamados a comunicar nuestra fe en Dios. A través de nuestra oración abriremos a todos los hombres las puertas a la vida eterna.